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Michelle Alexander: “Magaly no es cuco, el 90% de veces le ganamos en ráting”

“No es cierto que las miniseries paguen poco. Sucede que en algunos actores hay cierto esnobismo”, nos dice Michelle Alexander, responsable de los éxitos de las miniseries Dina Páucar, Las vírgenes de la cumbia y, hoy, Yo no me llamo Natacha.

¿Tener un padre productor te ayudó a entrar a la tele?
No. Primero, porque cuando empecé, él ya estaba alejado de la televisión abierta. Segundo, entré a la tele gracias a una amiga, Margarita Morales, quien trabajaba en Iguana. Fui asistente de vestuario, y lo hice pésimo por dos razones: no me gustaba y paraba todo el día en la móvil, detrás de Lucho Llosa, viendo cómo se dirigía. Después otra amiga, Susana Bahamonde, me convocó para trabajar en producción: el programa era El show de July. Irónicamente, mi padre murió el día que salió al aire mi primer programa.

Pareces extrovertida, desbordante…
Lo soy. Cuando recién conozco a alguien puedo ser tímida, pero doy la cara… y me voy desbordando sin darme cuenta (risas).

¿Hay mucho ego en la tele?
Con alguna excepción, he tenido magníficas experiencias. A veces a los actores mayores les resulta difícil trabajar con jóvenes, y estos son con quienes más trabajo. No sé si es un don, pero casi siempre he elegido bien: Erick Elera, Tula Rodríguez, Magdyel Ugaz, Christian Domínguez, etcétera.

¿Qué te llevó a mirar al Perú de Chacalón, de Dina Páucar?
En el 2003 dejé los programas en vivo porque quería volver a la ficción. Vi el mercado y noté que las producciones de Iguana no habían tenido el punche de antes. Con Margarita Morales y Susana Bahamonde formamos una productora y nos dejamos llevar por la intuición. ¿Qué había funcionado? Los de arriba y los de abajo, las historias populares. Investigamos qué personajes le interesaban a la gente y así llegamos a Dina Páucar, una realidad que los miraflorinos no conocíamos. Vi un reportaje sobre ella y me sorprendió saber que reunía 20 mil personas en un show, y que trabajaba los siete días de la semana, y que los viernes, sábados y domingos llegaba a hacer hasta cuatro conciertos por día. Ese Perú no lo conocía y me propuse mostrarlo.

¿Sientes que tu mirada de ese mundo es real o, por lo menos, verosímil?
Sí. Hacemos mucho trabajo de campo. En el caso de Dina, ella nos metió en su mundo, nos llevó a Huánuco, a Villa María del Triunfo. De su mano conocí Lima Norte y el poder adquisitivo de la gente que, como Dina, vino a Lima a buscar su futuro. En realidad, conocí Lima de nuevo. Ahora, lo que yo pongo en pantalla es una ficción, no es un documental ni una crónica periodística. Yo cuento historias que funcionen dramáticamente y, si bien pueden partir de la realidad, solo lo hacen en un 40%; lo demás es pura ficción, y esta requiere de una escritura y una estructura dramática que la vida no tiene.

¿A la gente le interesa que le cuenten toda la verdad?
Creo que no. Además, no la engañamos, pues contamos una historia “basada en la vida de…”, una que quiere conmover. Igual, a veces los planos se trastocan, se confunden. Con las chicas de Matadoras estábamos en una firma de autógrafos y, de pronto, se acercó una señora y le entrega a Sofía Humala, quien hacía de Rosa García, un pan con relleno, y le dijo que era bueno para la anemia. ¿Qué había pasado? En la miniserie, Rosa tuvo anemia. Otra nos dijo: “Rezaremos mucho para que puedan clasificar a la Olimpiada de Moscú” (risas). Esto demuestra que pudimos enganchar con la gente, algo que nos enorgullece, pues hemos logrado cómo hacer que la gente se interese y se emocione con nuestras historias. Cuando emocionas a la gente, la hiciste.

¿Cuál es tu fórmula?
No es una fórmula, es una estética: no más de 20 personajes, el 80% del capítulo debe centrarse en el personaje principal; ser prácticos, simples, sencillos y emotivos antes que 'experimentales’.

Ahora diriges Yo no me llamo Natacha…
Es mi primera comedia, por eso es un reto. Decidimos mostrar a las empleadas del hogar de ahora, no las que mostraban las ficciones del pasado, donde, además, sus historias eran las secundarias. No, en nuestra serie, ellas son las protagonistas. Es una historia simpática, refrescante, divertida, cuyos 25 puntos de ráting nos tienen felices… los 50 puntos de Al fondo hay sitio son irrepetibles (risas).

Has trabajado con Hildebrandt y Beto Ortiz, ¿quién es mejor periodista?
César, pero son diferentes. César es más profundo. Ambos tienen el ego gigantesco. A César me encanta escucharlo, es un gran entrevistador. Beto escribe como ninguno, lo quiero, pero lo traicionan sus demonios, demonios que quizás lo hacen talentoso.

¿Magaly te preocupa en términos de ráting?
Magaly no me preocupa, hasta ella lo tiene claro. Yo no me llamo… es nuestra miniserie número 17. Cuando empezamos con la de Dina Páucar, nadie esperaba el ráting que logramos. A partir de entonces, no volvió a aparecer ese cuco que era competir con Magaly, pues el 90% de nuestras miniseries le han ganado en el ráting.

Fuente: Peru21
“Mi padre fue productor de televisión. Recuerdo que, gracias a él, podía pase por Panamericana y conocer a gente como Meche Solaeche y Camucha Negrete”. Michelle Alexander recuerda a su padre, uno de los pioneros de la tele en el Perú.

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