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“Para leer no hay que empezar con la literatura”

Conocí a Luis Jaime Cisneros el primer día que fui a la universidad. Me hizo una pregunta y, ante mi mutismo, me dijo: “No te paltees”. Entonces descubrí que Luis Jaime era un maestro y que su espíritu era más joven que el de un muchacho de 16 años.

“Me paso la vida llenando geniogramas. Y hoy, como desconozco muchos programas de televisión e Internet, debo pedir la ayuda de mis nietos. Una, que tiene ocho años, me dice: 'Ay, abuelo, cómo puedes ser profesor si no sabes tantas cosas’” (risas), nos cuenta el maestro Luis Jaime Cisneros.

¿De qué conversa con sus hijos?
De muchas cosas, hasta de los Rolling Stones; claro, no les puedo hablar de Toscanini pues esa es una conversación para con mi mujer y mis hermanos (risas). Además, hay algo que tiene que ver con mi profesión: nunca me interesó más el lenguaje de los niños que hoy... y todo por mis nietos, pues observo cómo descubren las fallas de la enseñanza en los colegios. Cuando llegan a la escuela, no podemos decir que desconozcan el lenguaje, pues saben usarlo en dos planos que la escuela ignora. Primero, la entonación y la mímica. En la escuela se reprime la carga oral del lenguaje, por tanto, elimina los vínculos entre afectividad, sentimiento y lenguaje. Segundo, mi nieto me dice: “Lolo, ¿por qué la escuela nos enseña el nombre de las letras? Cuando las ponen en la pizarra y me dicen “lee”, yo digo “eme/a/eme/a”, pero el profesor me corrige: “No, allí dice 'mamá’” (risas). Por ende, hoy mi relación con mis nietos es afectiva y académica (risas).

¿Ve reflejados aspectos de su personalidad en sus nietos?
Son mi versión mejorada (risas). El menor recibió un diploma por “el brillo de su expresión verbal”. ¿Qué pasa con este loco? Copia el lenguaje de los adultos y lo administra. Por ejemplo, entra a mi estudio y me pregunta: “Abuelo, ¿en qué piensas?”, algo que nadie me había preguntado, al menos no con menos de cinco años. Tengo otra nieta de 11 años que escribe. Tiene una afición por la lectura que debe ser heredada de sus padres –y de mí–. Yo llevo a mis nietos todas las semanas a que escojan un libro en El Virrey. Por ahora escogen textos de animales, de dinosaurios... y me corrigen: “No, Lolo, son brontosaurios, tiranosaurios. Tú no sabes nada” (risas).

Hoy leemos menos y peor...
Cuando empecé a enseñar en la universidad (1948), los chicos terminaban el colegio a los 17 y 18, no a los 15, como sucede hoy. Ese es el primer error. A esa edad ya leían La agonía del cristianismo, de Unamuno; El tema de nuestro tiempo, de Ortega y Gasset, y El existencialismo es también un humanismo, de Sartre. Ninguno de estos autores estaban en los programas, pero los chicos los leían por curiosidad. Hoy, los jóvenes no leen y, segundo, no entienden los textos teóricos. ¿Qué ha pasado? En los colegios han ido desapareciendo los cursos de lógica. Entonces, cómo darle a un muchacho así un libro de Aristóteles. La escuela no debe prepararnos para el éxito sino para algo más importante: ser felices. La escuela nos prepara para el poder, para la política; si le interesara el conocimiento, nos debería preparar para el gobierno... tal y como lo hicieron los griegos.

¿La lectura tiene que ver con la inteligencia?
Si una persona no es inteligente le es muy difícil descubrirse lector, pero no es imposible. No hay una asignatura que se llame lectura: es una actividad voluntaria en la que uno compromete inteligencia y espíritu. Si las dos faltan, mejor dediquémonos a ser congresistas (risas). Luego, muchas veces la lectura es usada como un castigo, lo cual es un error pedagógico inmenso. La lectura no se enseña, lo que padres y maestros deben hacer es crear en los niños la necesidad de leer. Ojo, leer no consiste en reconocer las palabras sino en comprender. Por eso, es imprescindible leer en voz alta para que el que está empezando a hacerlo comente, debata lo leído, y así se compruebe que comprende.

Saramago dijo –en su discurso cuando recibió el Nobel– que el hombre más inteligente que había conocido era un analfabeto: su abuelo.
Le respondo con una anécdota. El padre de un amigo tenía 82 años, y a esa edad aprendió a leer. A sus 85 años, me escribió una carta donde se mostraba muy contento por haber aprendido a leer.

Usted que es un maestro universitario, ¿cree que todos estamos preparados o debemos ir a la universidad?
No. Primero, por una cuestión de vocación: no todos quieren ser universitarios, pero pueden ser buenos para 40 mil cosas más. Hoy, si el hijo no es ingeniero o doctor o chef, la gente se angustia, cuando lo que faltan son técnicos: pesqueros, enfermeros, soldadores, etc.

¿Por qué leer a Góngora hoy?
Recuerde, no hay que leer por obligación. Y Góngora no puede ser la primera lectura porque, al ser un autor difícil, puede confundir al lector. Primero, debe aficionarse a leer poesía, el error está en creer que, para aprender a leer, hay que empezar con literatura, cuando esta es muy complicada. Hay que pensar con cuentos muy sencillos, tipo Caperucita o Alicia en el país de las maravillas. Nadie puede empezar a leer con el Quijote. Hay algo que siempre me ha llamado la atención: En América se empieza a dictar historia hablando del pasado; en Europa, del presente. Esto les ayuda mucho a forjar su personalidad porque sus referentes 'académicos’ están a la mano, son parte de su cotidianidad.

¿Sigue siendo positiva su visión del ser humano?
Por supuesto. Me sigue sorprendiendo la alegría de los jóvenes, entonces, cómo no voy a ser un optimista.

Fuente: Peru21

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