En un conmovedor y entrañable discurso ante la Academia Sueca, como parte de las ceremonias de entrega del Nobel de Literatura, el peruano más universal, Mario Vargas Llosa, hizo una brillante síntesis de su vida, su pensamiento, su conexión vital con el Perú y sus influencias más prominentes, acontecimiento que quedará para la reflexión y la posteridad.
Ante todo, llamó la atención la prominente delegación de connacionales –parientes, amigos y autoridades– que acompañaron a nuestro escritor en esta histórica ceremonia. Su profunda y telúrica relación con el Perú, efectivamente, fue uno de los ‘leit motiv’ del discurso, que incluyó sentidas menciones a Arequipa y Piura.
“Al Perú –dijo– yo lo llevo en las entrañas, porque en él nací, crecí, me formé y viví aquellas experiencias de niñez y juventud que modelaron mi personalidad, fraguaron mi vocación, y porque allí amé, odié, gocé, sufrí y soñé. Lo que en él ocurre me afecta más, me conmueve y exaspera más que lo que sucede en otras partes. No lo he buscado ni me lo he impuesto, simplemente es así”.
Se entiende ahora su honda y auténtica preocupación por el devenir político de nuestro país, que lo llevó, en un gesto sacrificado, a abandonar la pluma para intervenir en política y presentarse como candidato presidencial ante la amenaza dictatorial de un advenedizo que posteriormente intentó arrebatarle la nacionalidad peruana.
A pesar de todo, debemos reconocer el aporte de su apostolado a favor de la libertad y la democracia, que han sido decisivos en las últimas décadas y lo convierten ahora en embajador del Perú ante el mundo y en un referente y reserva moral de la peruanidad.
La familia es, definitivamente, otro valor primario en la vida de Vargas Llosa y, en sus propias palabras, la fuerza vital que lo sostiene. No es casualidad que el momento más emotivo del discurso, que quebró la habitual compostura racional del escritor, fue cuando se refirió a su esposa Patricia. “El Perú es Patricia…Ella hace todo y todo lo hace bien… y es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: ‘Mario, para lo único que tú sirves es para escribir’”.
Mas, aparte de escritor, Vargas Llosa es también un connotado periodista y ensayista político, de enorme influencia continental y mundial. En su discurso ha reconocido, sin rodeos, su desengaño con el pensamiento socialista, al que abrazó en un primer momento juvenil, y que lo llevó a convencerse de que, a pesar de sus imperfecciones, no hay nada mejor que la cultura democrática. Su tributo a pensadores liberales como Revel, Aron, Popper y Berlin va en consonancia con su férrea condena y rechazo al nacionalismo –diferente del patriotismo–, las dictaduras y los fanatismos terroristas, y con su defensa incondicional de la libertad y los derechos humanos.
Como es evidente, un discurso como este, titulado “Elogio de la lectura y la ficción”, tenía que abordar la vena y la vocación literaria de nuestro compatriota, lo que hizo de modo magistral. En una síntesis, que empezó con su aprendizaje de la lengua española, recordó no solo las enseñanzas de su madre, abuelo y tíos, sino también los quiebres familiares que lo llevaron a refugiarse en los libros y la deuda enorme con autores como Flaubert y Faulkner, y otros que lo embelesaron y lo llevaron a decidir su destino de escritor.
Vargas Llosa reconoció también el enorme aporte de España y Francia en su desarrollo literario e intelectual, y en el descubrimiento de una identidad latinoamericana, tan diversa como distinta y única, y hoy tan preñada de esperanzas de desarrollo económico, social y democrático, que no podemos defraudar.
El Perú tiene una enorme deuda de gratitud con este conciudadano que lo ha puesto nuevamente en la vitrina mundial y que, en los momentos más delicados de nuestra historia reciente, ha tenido el coraje de levantar su voz para advertir sobre cualquier desvarío político, que nos pudiera apartar del camino democrático, ético y libertario.
El mejor homenaje con que podemos retribuirle será leer y analizar su amplia y eximia obra en colegios y universidades; reconocernos en ella, en sus parajes, situaciones y personajes; y renovar nuestro compromiso no solo con la literatura sino también con la democracia, que él vinculó de modo inigualable, para “seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible”.
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